Es jueves y llegaré temprano otra vez, tocaré el timbré y al escuchar mi voz vendrás a abrirme la puerta, te abrazaré fuerte, me darás dos besos, en ese momento mis ojos se perderán en las margaritas amarillas de la derecha y el piso rojo que esta debajo, volveré a tu rostro comparándolo con las rosas rojas que están frente mío; le haré caricias a la niña y caminaremos.
Avanzaremos un par de metros, veré los pinos y creeré haber llegado a algún palacio, luego el sonido de la puerta de madera me despertará del sueño y entraremos en la casa, me apoyaré en el sofá rojo y me atemorizaré al imaginar que han sacado los cráneos del escritorio.
Conversaremos muy rápido, me sentaré en la silla de ella a escucharte, me pondré triste al sentir su alma sola ahí, veré los jazmines celestes tras la ventana, una foto tuya en la mesa, la rueca... me llamarás la atención por no escucharte, la niña ladrará. Me pondré de pie y seguiré por el pasadizo perdiéndome otra vez en los cuadros de Picasso, el espejo, los toritos Oliva, el piso rojo... el pato de cerámica en la mesa de la izquierda. Tú irás tras mio.
Llegaremos frente a la puerta de rombos (que siempre ha estado abierta desde que voy), entraremos a la cocina, haré bailar el colgante, veré las llamaplata, sentiré el aroma del café recién pasado, del romero, del perejil, conversaremos: Ha llovido anoche... hoy no comeré aquí... ¿Cómo estás?... responderé a todo, pero no dejaré de pensar que lo que viviré más tarde es un sueño.