sábado, 3 de enero de 2015

Hasta el amanecer

Un minuto, varios minutos, un momento, varios momentos, un recuerdo, varios recuerdos, un olvido, varios olvidos.

El salón era verde agua, pequeño, pocas carpetas pintadas de celeste, rotas y viejas, las sillas igual, la pizarra era negra casi ploma, algunas ventanas estaban rotas.

El hombre pequeño entraba una vez por semana los miércoles por la mañana, era llamativo con esa guitarra en la espalda y el maletín negro, su voz era tranquila pero firme, todas de pie, a la misma vez, imponía respeto.

No había mucho preámbulo y empezaba a escribir en la pizarra:

Cantando, bailando, bailando, cantando
hasta el amanecer
cantando, bailando, bailando, cantando
(...)

Cogía la guitarra que descansaba en la mesa de la primera fila y verificaba si estaba afinada, nos daba unos minutos para familiarizarnos con las letras de la pizarra. Y empezaba a tocar.

"Esto se canta en mi tierra, allá donde no hay paredes pintadas de verde agua...", tocaba y cantaba, y parecía un Apu, Todas lo seguíamos cantando, queriendo o no.

Yo era feliz.


"Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario". Arthur Schopenhauer.

Morgana